viernes, 17 de febrero de 2012

Puerto Stanley - Islas Malvinas

Es sabida mi fascinación por los territorios ultramarinos; por eso cuando asome la nariz en la cubierta del barco que me conduciría a la latitud 52 sur y ante la posibilidad de apreciar con mis propios ojos la entrada en ese disputado Archipiélago, pensé en como hablar de aquellas islas; Falkland, o como reza el primer cartel que vemos apenas salimos del Aeropuerto de Ezeiza “Las Malvinas son Argentinas“
Ese solo recuerdo me generó un verdadero acertijo; porque esa dicotomía lingüística me transportó a los tiempos de mi temprana juventud, al 2 de Abril y los albores de los años 80…
En aquella época, ni siquiera había visto los detalles de un mapa del Atlántico sur y desconocía la dualidad en torno al nombre con que las llaman. Sin embargo, al enterarme por la prensa de la bélica disputa en la que se enfrascaron Argentinos e Ingleses y que desembocó en una extraña guerra, fría, desigual, David contra Goliat.
Pensé en los fantasmas que generaría…
30 años después; ellos, nunca dejaron de revolotear mi cabeza pero seguí al pie de la letra el itinerario de este intempestivo viaje; milla tras milla, puerto por puerto.
A medida que nos internábamos en el océano las conversaciones versaban sobre el próximo destino; revisábamos mapas, su historia, sus respectivos personajes y algún dato extra que siempre es bienvenido cuando se navega.
Nos encontrábamos en el confín del mundo y en vísperas de la llegada del temido 2012.
Y cosa curiosa para esta latitud, un conjuro se apodero de las tempestuosas aguas, modificando su esencia hasta transformarlas en una verdadera taza de leche. Ya en la madrugada; con la calma a la vista y cuando la temperatura bordeaba unos pocos grados asomamos la proa en el canal que conduce a la bahía de Puerto Stanley. Ahí estaba, imponente, el punto neurálgico de este Archipiélago. Inmediatamente se apoderó de mí una sensación extraña; mezcla de pena, soledad y desamparo y a la vez sumergido en una visión alucinante por el paisaje que estaba frente a mis ojos.
No pude dejar de acordarme de tantos amigos Argentinos que sin lugar a dudas miran estos promontorios con otro cristal.
Apenas desembarque en el puerto mantuve un riguroso silencio durante varios minutos, las calles vacías de este poblado fueron testigos de mi exacerbado mutismo, como un sentido homenaje a los caídos en la guerra.
Pasaron las horas y para mi sorpresa las calles seguían estando vacías; como si se tratara de un pueblo habitado por fantasmas; quizás, son ellos los que sacuden con su energía el actual escenario del cono sur.
Por estos días, se ha hablado mucho de ellos; los mismos que percibí en mi arribo a Puerto Stanley…